¿Existe la posibilidad de romper con la “inercia” del miedo, la inseguridad, los deseos compulsivos o los caprichos?
El Día D fue el día en que las fuerzas aliadas iniciaron la invasión de la Europa ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El 6 de junio de 1944, miles de soldados desembarcaron en cinco playas de Normandía, Francia, con el apoyo de aviones y barcos. El objetivo era abrir un nuevo frente para liberar a los países bajo el dominio alemán. Desde entonces la frase “Día D” se usa para referirse al día en que se lleva a cabo un evento decisivo o trascendental.
Hablando de la guerra
Existen situaciones que sin ser guerras, producen estragos iguales o mayores. Según la OMS, las enfermedades que pueden estar relacionadas con el estrés causan 41 millones de muertes al año, lo que representa el 71% de todas las defunciones a nivel mundial, mientras que, según el Indice de Paz Global, en el 2022 se registraron 238 mil muertes causadas por las guerras. Con estas cifras, podemos decir que el estrés es la peor guerra que estamos enfrentando a nivel mundial.
El estrés, en términos de sus efectos, es una guerra silenciosa que se libra en el interior de cada persona, con consecuencias que pueden llegar a ser fatales. Según la OMS, la depresión y la ansiedad, dos trastornos relacionados con el estrés, provocan la pérdida anual de 12,000 millones de días de trabajo y unas pérdidas de casi un billón de dólares a la economía mundial. Dato interesante es que en el 2020 el Perú fue el país con el nivel más alto de estrés en el mundo, alcanzando un 66% según el Indice Global de Emociones de Gallup. La OMS define el estrés como la reacción del cuerpo ante cualquier cambio que requiera una respuesta o un ajuste. Sin duda, sabemos también que existen niveles saludables de estrés, llamado eustrés, es decir, la respuesta positiva que la persona experimenta ante un factor estresante y que le permite ser eficiente ante los retos que afronta, lamentablemente, no es esta respuesta la mayoritaria, sino por el contrario, aquella en la que la angustia se vuelve crónica, es decir, el llamado distrés o estrés negativo.
La medicina de la abuelita
Frente a esta guerra no declarada y sin cuartel, pero letal, como nos muestran las estadísticas, hay una respuesta muy antigua que la humanidad desarrolló para combatirla eficientemente. Se trata del tradicional “Día de Reposo”, al que hemos bautizado para este artículo como “Día D” porque además de ser un recurso decisivo para enfrentar este conflicto, también nos recuerda dos palabras que comienzan con “D” haciendo referencia a dos conceptos que están en el corazón del Día de Reposo: Detenerse y Descansar.
El estrés es una guerra silenciosa con consecuencias que pueden llegar a ser fatales.
La tradición judía usa la palabra shabat para el término bíblico que se traduce como “día de reposo” en las traducciones que enfatizan el significado, mientras que las más literales prefieren traducir “sábado”. Por su parte, el diccionario de la RAE, en la sección etimológica de la palabra sábado, señala: “Del latín tardío sabbătum, este del griego σάββατον sábbaton, este del hebreo šabbāt, y este del acadio šabattum ‘descanso’”. La raíz semítica /sbt/ cuyo significado es “descansar, cesar, desistir”, tiene como idea primaria la de “estar sentado” en oposición a estar de pie o estar activo, llegando a incluir los conceptos de “asentar” y “habitar”. Este panorama semántico es muy importante para entender la función del séptimo día en la semana y a lo largo de todo su ciclo de 50 años, llamado Jubileo.
Historia del descanso semanal
El descanso semanal que se practica en Occidente nace con el edicto del emperador romano Constantino, el 3 de marzo del año 321, en el que se ordena la celebración pública del “Dies Solis” o “Día del Sol Invicto” cada domingo. Pero es recién a fines del siglo XIX cuando se va estableciendo la costumbre de conceder la tarde del sábado como parte del descanso semanal, dando lugar a la aparición de la noción de “fin de semana” como lo conocemos hoy. Pero hay que considerar que, en un principio, el descanso dominical romano era obligatorio solo para la administración pública y religiosa. No lo era, por ejemplo, para las actividades agrarias. Es la influencia del cristianismo la que irá promoviendo la idea de un descanso general, obviamente debido a su origen judío, de donde hereda los textos del Antiguo Testamento y los Diez Mandamientos, uno de los cuales ordena explícitamente: “Recuerda el día de descanso para separarlo. Seis días servirás y harás todo tu negocio, pero el séptimo día es de descanso…”. La legislación mosaica ordenaba el descanso general, que incluía a esclavos y animales, es decir, tenía no solo una intención “espiritual”, sino también un sentido eminentemente “material”, pues afectaba toda la actividad económica.
¿Cuál era la intención de esta pausa semanal? Si consideramos que la Ley de Moisés indica, en su primer capítulo, en el Libro de Génesis, que cuando Dios hizo al hombre y a la mujer les ordenó: “sean productivos, desarróllense, llenen la tierra y gobiérnenla…”, y luego en el Libro de Deuteronomio añade: “escucha atentamente todas estas cosas que yo te indico, así serás feliz, tú y tus hijos después de ti”, cabe deducir de esto que la Ley, llamada Torá por los judíos, se proponía guiar a los miembros de la familia de Abraham hacia el mayor bienestar posible.
Podemos ahora imaginar la existencia de un gran propósito para el Día de Descanso.
La ley es buena
Tomás de Aquino en la Suma Teológica dice que la ley es la “ordenación de la razón dirigida al bien común y promulgada por el que tiene a su cargo el cuidado de la comunidad”. La ley en un principio es precepto, es decir, instrucción, porque no se puede esperar el cumplimiento de la ley sin entender su motivo, si hablamos de leyes justas y justicia. Entonces, el nivel de educación de un pueblo se revela en su obediencia a las leyes y su sometimiento a la autoridad. Por eso, para el Apóstol Pablo, la función principal de una sociedad era, en términos tradicionales, la profética, esto es, la tarea de interpretar la ley contextualizándola según los requerimientos del presente. Así, les escribe a los ciudadanos corintios: “Procuren alcanzar el amor y aspiren también a los dones espirituales, sobre todo al de la profecía” —y añade— “el que profetiza habla a los hombres para edificarlos, exhortarlos y reconfortarlos”. Edificar es infundir buenos sentimientos. Exhortar es estimular la acción. Reconfortar es consolar y animar renovando las fuerzas. Si esto es profetizar, pues suena más a coaching que a predicción.
¡Cuánto bien nos haría ser expertos en la ley, para guiar a las personas hacia su cumplimiento!, entendiendo las dificultades y allanando el camino, sabiendo que si todo el pueblo, en su conjunto, no cumple la ley, la justicia no puede ser alcanzada. Si uno solo quebranta el mandamiento, el objetivo no se logra. ¿Cuándo dejamos de entender la necesidad y urgencia de la ley, de su comprensión y de su cumplimiento? ¿No hay justicia? No es de extrañar. Con esto en mente, podemos ahora imaginar la existencia de un gran propósito para el Día de Descanso.
Matemática sabática
Algo que suele escaparse a la hora de hablar del Día de Descanso, dada la mentalidad y cultura religiosa en la que ha llegado envuelto, es que lejos de representar un valor en sí mismo, este día es parte de un sistema temporal mucho más complejo.
Una vista rápida al sistema sabático nos muestra que el día séptimo o día de descanso es el punto de referencia de todo un sistema de 50 años, que comprende: (1) La semana. (2) Los semestres con las fiestas equinocciales, una en primavera —la Pascua— con el inicio del año, y otra en otoño —Tabernáculos— con el cierre del año. Estas festividades marcaban el ritmo de la producción agrícola y ganadera y representaban a nivel semestral lo mismo que el día de reposo a nivel semanal. Adicionalmente, de la Pascua de primavera surge Pentecostés, que era celebrado 50 días después de la fiesta pascual, tras contar siete semanas usando como marca diaria el “omer”, que era una medida de peso y símbolo de la cosecha de granos que se comenzaba a realizar durante este conteo, lo que hacía del tiempo hacia Pentecostés una suerte de cuenta regresiva para entrar al verano, la gran estación de producción. Luego tendríamos el famoso (3) “año sabático”, cada séptimo año, en el que toda actividad agrícola se suspendía permitiendo la recuperación total de los suelos, además de servir como una suerte de vacaciones y como si fuera poco: los esclavos obtenían su libertad, los pobres se liberaban de sus deudas y todos podían cosechar de lo que brotaba en todos los campos libremente. Finalmente, el ciclo septenario de la Ley terminaba con el gran (4) Jubileo del año 50, después de siete semanas de años. En ese año sucedía lo mismo que en el año sabático, con un añadido muy especial que consistía en la devolución de las tierras agrícolas a sus dueños originales. Si recuerdan el relato bíblico, saben que al llegar los israelitas a Canaán sortearon las tierras y asignaron a cada familia una extensión suficiente para su mantenimiento y desarrollo. Esta asignación era considerada la provisión perpetua que Dios le otorgaba a cada familia. Por esa razón, la administración nacional debía cuidar que, cada 50 años, todos estuvieran en posesión de su propiedad ancestral. De esa manera se protegía a la familia de un mal manejo económico en el transcurso de una generación. Por otra parte, la tierra era arrendada a un precio que estaba en relación al número de cosechas posibles hasta el año de Jubileo. Todo esto es lo que está incluido en el paquete del Día de Descanso. Con un sistema económico de estas características, el estrés negativo perdía su protagonismo en gran parte de la vida social.
Los secretos del descanso
Finalmente, hay una función muy especial que podemos percibir observando el valor de las pausas cuando hacemos algo con dedicación. La concentración es importante para la eficiencia y eficacia de lo que hacemos, pero tienen el efecto de desconectarnos del mundo. Para que esta desconexión no sea perjudicial, en la vida moderna, por ejemplo, disponemos de aplicaciones para indicarnos cuándo tomarnos un descanso, levantarnos, tomar agua, etc. Esas pausas son indispensables para la buena salud.
Del mismo modo, el Día de Descanso produce beneficios. Sin este día, todos los días se vuelven prácticamente iguales, aunque tengan nombres distintos, pero, gracias a este séptimo día aprendemos a percibir con mayor claridad y precisión el paso del tiempo, agudizando nuestra noción del mismo. Es como poner puntos de referencia en una carretera y luego verlos pasar. La noción del tiempo es fundamental para una buena administración. Por eso el salmista declara: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.” Está diciendo que hay una relación entre noción del tiempo y ser consciente o tener sabiduría. El Día de Descanso estimula el desarrollo de la conciencia y la sabiduría, recursos indispensables para la supervivencia y el desarrollo.
La pausa y la libertad
Casi todos los testimonios de personas que murieron y fueron resucitadas, o estuvieron a punto de morir, señalan que esta experiencia constituyó un antes y un después en su aprecio por la vida y en su capacidad de actuar con decisión. Pareciera que estas pausas extremas, en las que uno es arrancado de lo cotidiano, desarrollan la conciencia. Luego, gracias a esas pausas, junto a la conciencia, surge el sentido de vocación, es decir, el deseo de servir a los demás mediante el ejercicio de las habilidades.
El Día de Descanso estimula el desarrollo de la conciencia y la sabiduría.
“Conocerán la verdad y la verdad los hará libres” es una frase muy conocida, dicha por Jesús. Es interesante la conexión que establece el Maestro entre la verdad y la libertad, pero es más interesante aún las condiciones que establece para llegar a la verdad. El texto completo dice: “si continúan con mi enseñanza, serán mis verdaderos alumnos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”. ¿Cuál era la enseñanza del Maestro? Jesús, enfáticamente, afirmó: “No piensen que he venido para destruir los libros de la Ley ni los libros de los Profetas, no he venido para destruirlos sino para cumplirlos”. Una escena conmovedora en la vida de Jesús es la de su encuentro con un par de sus alumnos, camino al pueblo de Emaús. Estos alumnos iban tristes por el camino, creyendo que todo había terminado. El Maestro estaba muerto y con él toda su enseñanza. En esas circunstancias aparece Jesús, pero sus alumnos no le reconocen y después de oír sus lamentos y pesares les reprocha duramente su falta de confianza en los textos que tantas veces habían estudiado con él. A continuación, Lucas registra este momento literalmente magistral: “Entonces se puso a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que señalaban lo que le había sucedido, comenzando por los libros de Moisés y siguiendo por todos los libros de los profetas”. Esta fue siempre su enseñanza: la Ley y los Profetas, porque solo la justicia trae libertad.
Para el ejercicio de nuestra vocación necesitamos libertad. Para ser libres necesitamos saber la verdad. Para saber la verdad hay que continuar aprendiendo la ley y su interpretación. Porque la ley es una partitura que requiere de estudio y práctica para su perfecta ejecución. La perfecta ejecución de la ley trae la justicia. La perfección proviene siempre de la práctica inteligente. El texto de la ley no tiene mayor poder, tampoco el conocerlo, solo su cumplimiento trae justicia.
Este es el marco del Día de Descanso. Una norma que junto a todas las otras hace posible que la humanidad se desarrolle de manera libre y sostenible.
El virus en casa
¿Qué puede haber detrás de conductas adictas al trabajo, de quienes no pueden ni quieren detenerse, de aquellos que obligan a los que están a su alrededor a vivir bajo el mandato de su ambición? ¿Existe la posibilidad de romper con la “inercia” del miedo, la inseguridad, los deseos compulsivos o los caprichos? ¿Podemos como familias y sociedad superar las imposiciones de nuestra propia cultura y sus malas costumbres basadas en la pura repetición y la coerción ejercida por los adultos durante nuestra infancia? Si somos capaces de intentar responder a estas preguntas el próximo fin de semana, más allá de lo acertada que sean las respuestas, de seguro podremos sentir, al menos, algún tipo de alivio y con ello, la posibilidad de dar nuestros primeros pasos en la dirección correcta a favor de nosotros mismos, nuestros seres amados y finalmente, toda la humanidad. Un Día D estará a punto de desembarcar los recursos que nos darán la victoria no solamente sobre el estrés, sino también sobre otros males que sufrimos como individuos, familias y especie.
© Pablo E. Cárdenas Gismondi, 2024
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