En 1883, un comerciante de antigüedades llamado Moses Wilhelm Shapira llegó al Museo Británico en Londres con lo que afirmaba ser el manuscrito bíblico más antiguo del mundo, consistente en 15 tiras de cuero con un texto casi ilegible en la antigua escritura hebrea, conocida como paleohebreo o hebreo con signos fenicios, que contenían el Libro de Deuteronomio, alegando que había sido descubierto por beduinos en una cueva cerca del Mar Muerto. Sin embargo, tras un análisis por parte del erudito Christian Ginsburg, se declaró que el manuscrito era falso y Shapira, humillado, huyó y finalmente se suicidó en 1884. El manuscrito fue subastado en 1885 a un precio ridículo y nunca más se supo su paradero. Sin embargo, en marzo de 2021, Idan Dershowitz, investigador israelí de la Universidad de Postdam, Alemania, publicó un artículo —“La despedida de Moisés”— en el que ofrecía nueva evidencia y argumentos en base a transcripciones, dibujos y otros documentos, llegando a la conclusión de que la evidencia lingüística y literaria permiten datar el objeto en la época del Primer Templo (957-587 a. C.), confirmando así su autenticidad. De esta manera, el manuscrito de Shapira superaría en antigüedad incluso a los Rollos de Qumrán (250 a. C. y 66 d. C.), los textos bíblicos más antiguos conocidos hasta el momento. Dershowitz califica la pérdida del Rollo de Shapira como “una tragedia” porque afirma: “lejos de ser un derivado de Deuteronomio, este texto es, de hecho, su antiguo antepasado”. Y de este modo esta trágica historia da un giro sorprendente e inesperado.
Otro texto desaparecido por arte de magia
De una manera menos dramática otro texto ha desaparecido gracias a lo que podría llamarse un acto de magia, como aquel en el que una persona es introducida dentro de una cabina de la que luego desaparece. Esto ha sucedido con el primer relato del Libro de Génesis. Todos sabemos que en su primer capítulo se narra la creación del mundo en siete días. Sin embargo, lo que la mayoría ignora es que en realidad, el primer relato bíblico trata sobre la creación de la semana. Un refrán dice: “Si quieres ocultar algo, ponlo a la vista de todos” y parece que eso fue lo que pasó con este relato que da inicio a la Biblia.
Esta desaparición que sucedió muy lentamente y ya era notoria en los días de Jesús y el Segundo Templo, se hizo patente en el siglo XIII, cuando el que fuera Arzobispo de Canterbury, Stephen Langton, dividió el texto bíblico en capítulos, poniendo el supuesto relato de la creación en el primer capítulo y dejando el séptimo día separado y solo al principio del segundo capítulo. No es difícil entender que los textos estaban siendo leídos desde otra perspectiva. El concepto semana desapareció para dar lugar a dos relatos: uno, la creación del mundo, y otro, el día dedicado a la adoración de la deidad. El relato de la primera semana, poéticamente enlazado con las figuras de la creación del mundo, era el prólogo perfecto para iniciar este magistral registro familiar. De modo que no hay dos relatos de la creación al inicio del Libro de Génesis.
La magia de la mente religiosa
No hubo mala intención en esta forma de leer el texto, sino que fue la lógica consecuencia de querer dar mayor importancia al acto creador y al Creador, propio de una mente teológica, es decir, aquella que tiene a la divinidad como principal objeto de su pensamiento y acción. Así fue que se desvió la atención del tema principal —la semana y el día de reposo— y terminó puesta en la metáfora —la creación del mundo. ¿Y qué tiene esto de malo? Uno puede ayudar a una abuelita a cruzar una calle transitada, pero hacerlo dejando a un niño pequeño solo en medio de esa calle es una locura y un delito. No puede ser bueno aquello que haces abandonando tus deberes. El grave problema con la mente religiosa es que pone a Dios como objeto principal en desmedro de la responsabilidad humana. Pongamos otro ejemplo. Si una persona te contrata para que te encargues de su negocio, lo lógico es que toda tu atención esté en cuidar su buena marcha, de lo contrario terminarás siendo despedido. ¿Crees que al dueño le interesa que te pases el día a su lado celebrando todo lo que hace? Obviamente, no. Pero si cuidas el negocio y lo haces prosperar, ¿no serás felicitado y premiado?
El profeta Amós, a nombre del Ser Supremo reclamó: “Yo odio y desprecio sus fiestas, y me repugnan sus reuniones. Cuando ustedes me ofrecen sacrificios, no me complazco en sus ofrendas ni aprecio sus carnes tiernas. Alejen de mí el ruido de sus cantos, no quiero oír el chirrido de su música. Quiero que el derecho corra como el agua y la justicia como un río inagotable.” Fiestas, reuniones, sacrificios, ofrendas, cantos, música, solo son costumbres religiosas, pero nuestra verdadera responsabilidad es el Derecho y la Justicia. El profeta reclama que pongamos nuestra atención en nuestras responsabilidades y no en nuestras costumbres o ideas. En el mismo sentido, Jesús dijo: “¿Por qué me llaman ustedes, ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo?” ¿Qué reclama? Fuimos puestos en este mundo para administrarlo hasta llenar la tierra de prosperidad, esa es nuestra única responsabilidad y lo que precisamente no hemos hecho.
Como empleados malvados, en ausencia del dueño, nos hemos repartido las tierras a punta de golpes, nos hemos apropiado de lo que no nos pertenece y hemos convertido en esclavos a todos los que hemos podido. Templos no nos faltan, tampoco sermones ni cantos dedicados a Dios, pero la justicia y la solidaridad están ausentes. No por nada escribiría el apóstol Juan: “Si alguno dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso. Porque si no ama a su hermano, a quien puede ver, mucho menos va a amar a Dios, a quien no puede ver. Dios nos dio este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano”.
Develando el truco
El Día de Reposo ha sido un tema de discusión en el mundo cristiano, dicen que fue Constantino en el año 321 quien emitió el edicto por el cual se pasó de sábado a domingo, pero eso en todo caso fue la excusa, porque desde el siglo II el conflicto entre judíos y cristianos se agravó a tal punto que, finalmente, en el Concilio de Laodicea del año 343, en el canon 29 se ordena: “No corresponde que los cristianos judaícen y celebren el sábado, sino que deben trabajar en ese día y festejar preferentemente el día domingo, si pueden, como cristianos. Si algún judaizante es descubierto, que sea anatematizado de Cristo.” Lo que nos muestra que hasta esos años todavía había un importante número de cristianos que tenían el sábado como Día de Reposo. Fue un asunto político, es decir, una disputa por el poder, lo que llevó a los líderes cristianos al cambio del día, para que los judíos perdieran influencia sobre los cristianos.
Es necesario tener presente que en sus inicios, el cristianismo era una secta judía, pues Jesús, sus discípulos y sus primeros seguidores eran todos judíos. Fue con el transcurrir del tiempo que los no-judíos se fueron agregando hasta convertirse en mayoría y finalmente, en la totalidad, lo que permitió que ideas y costumbres paganas se introdujeran en la enseñanza cristiana. Pero más allá de la disputa alrededor del Día de Reposo, si sábado o domingo, se hace evidente que la mentalidad religiosa había segmentado el texto de otra manera, dando lugar a la nueva lectura en la que la semana desaparece y surgen dos relatos: el de “la Creación” y el de la llamada “Santificación del Día de Reposo”.
Por este desenfoque voluntario, a vista y paciencia de todos, es que el relato sobre la primera semana se perdió. Comprensible, ¿a quién le interesa hablar de la semana cuando se puede hablar de cómo fue creado el mundo? Así fue que la metáfora reemplazó al tema de fondo, lo que estaba para ilustrar la importancia de cada día de la semana fue convertido en el asunto principal. Es que el religioso cree que tiene que hablar de Dios, explicar quién es, que características tiene, cuál es su naturaleza, porque para él tampoco es evidente. Hay dos textos que deben leerse. David escribe en un salmo del Antiguo Testamento: “el necio dice en su interior: no hay Dios”. Y en el Nuevo Testamento alguien añade: “porque para acercarse a Dios, uno tiene que creer que existe y que recompensa a los que lo buscan”. En otras palabras, la percepción del Ser Supremo no es materia de discusión, el necio no lo ve y solo el que lo ve puede hacer tratos con él. Por eso Jesús dijo: “el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Nacer de nuevo es volver a empezar, volver a ser niño, volver a aprender todo y descubrir la grandeza del mundo y de uno mismo. Este modo de proceder, este volver a nacer o comenzar, este hacerse niño lleno de preguntas antes que de respuestas, fue el que le dio a Jesús la capacidad de redescubrir las verdades subyacentes en los llamados Textos Sagrados que en sus días habían sido reemplazadas por ritos religiosos. Qué significativo se hace, a la luz de esto, que el autor de la Carta a los Hebreos escribiera de Jesús: “aunque era hijo, aprendió por medio de sus sufrimientos lo que significa obedecer”, considerando que el Maestro tenía en claro que su deber era cumplir la Ley, no solo interpretarla, menos eliminarla. Porque la Ley sola no sirve para nada, es solo una piedra grabada, pero la obediencia a la Ley es la que trae la Justicia.
El final de la ilusión
Los grandes problemas suelen surgir de sutiles diferencias. Bien dicen los anglosajones que el diablo está en los detalles. Lo cierto es que la Biblia comienza con la historia de la primera semana, porque el mundo aparece ante el ser humano cuando este toma conciencia y uno de los elementos determinantes para el surgimiento de esa conciencia es la percepción del tiempo. Por esa razón se le dio un mayor valor al último día, el séptimo, porque en él, al detenerse, el hombre pudo ver los seis días transcurridos, sus resultados, y al descansar pudo imaginar lo que podía hacer en los seis días que estaban por comenzar.
La noción del tiempo es un elemento cultural de una importancia capital para la buena administración de la vida humana. Las sociedades que no tienen una clara percepción del tiempo, suelen vivir un hoy continuo, que puede sonar muy bonito y romántico, pero que los convierte en colectivos con poca memoria histórica y demasiado apego a las costumbres, lo que es igual a decir: con poco desarrollo cultural. Si el ser humano está caracterizado por algo, es por su capacidad de aprender y el aprendizaje es cambio, desapego a las costumbres para mejorarlas, pero al mismo tiempo aprender es heredar el conocimiento de las generaciones anteriores. Y en este estado la noción del tiempo y la capacidad de usarlo apropiadamente es lo que hace la diferencia entre los que en la historia continúan y los que desaparecen. Por la importancia del tiempo y su gestión es que Moisés y los sabios que le acompañaban decidieron poner ese relato en primerísimo lugar. Haber perdido este relato sobre la primer semana y el día de descanso es haber perdido una de las lecciones más valiosas para el buen ejercicio de nuestra responsabilidad.
Si el mundo fuera ya el paraíso con el que todos los hombres de bien soñamos, no habría nada que decir. Pero no es así, por el contrario, nuestra irresponsabilidad es evidente en casi todos los aspectos de la vida humana al punto que hemos llegado a poner en peligro nuestra propia existencia. Cuando el Ser Supremo exigió más responsabilidad del humano, ¿qué hizo?, el texto cuenta que Dios dijo: “Mi Espíritu no luchará para siempre con el hombre, porque ciertamente él es materia. Serán, pues, sus días 120 años”. ¡De un Matusalén con 969 años, bajar a 120 fue reducir la vida a un 12%! Acortar el tiempo es el método para acelerar la conciencia. Según el relato, ese fue el favor que hizo el cielo a los humanos para ayudarnos a asumir nuestra responsabilidad.
La semana es clave para enseñar el arte fundamental de la vida humana: la gestión del tiempo, que es el primer paso en el cultivo de la conciencia. Lamentablemente esta poderosa primera lección de la Biblia fue eliminada gracias a nuestra mentalidad religiosa.
© Pablo E. Cárdenas Gismondi, 2024
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